jueves, 29 de octubre de 2020

LA MUJER SENTADA

El pequeño grupo en el que nació la niña vivía durante el invierno, junto a una laguna salobre cerca de la costa. No era el único, se podían contar hasta nueve grupos más formados por unas 30 personas cada uno. Los recursos eran abundantes y no había fricciones entre ellos, a veces incluso colaboraban unos con otros. Al llegar la primavera se trasladaban a las tierras más al norte, al borde de los grandes bosques de abetos donde la caza era abundante así como las raíces y los frutos que daban los numerosos arbustos. Allí construían cada temporada sus cabañas con palos y paja para pasar la noche.

Cabaña de verano

Cuando el verano era una realidad, la gente de todos los poblados se reunían para celebrar uniones entre los jóvenes que ya estaban en edad de procrear. A la reunión todos aportaban lo que habían recolectado en los últimos días y allí mismo pescaban en los ríos y cazaban para complementar la dieta vegetal.

Al caer la noche se formaban grupos alrededor de una hoguera y la música surgía inevitablemente. Flautas hechas con huesos de aves, litófonos de piedras pulidas, troncos percutidos y la voz humana se unían para expresar sentimientos y emociones. Nunca faltaban los danzantes inspirados por los ritmos que allí se escuchaban ni los narradores de historias, los favoritos de los niños. Todos celebraban el escaso tiempo en el que la nieve y el frío no estaban convocados.

Estos grupos tenían algo más en común, una chamana que guiaba sus acciones y curaba sus cuerpos, cuando ello era posible y un lugar donde enterraban a los individuos que habían destacado de entre los demás por alguna razón que los hacía venerables.

Flauta de hueso de oso

Cuando la reunión llegaba a su fin, volvían a sus respectivos lugares a continuar con sus actividades hasta que llegaba el invierno, momento en el que todos se trasladaban a las tierras más al sur. También allí levantaban las cabañas invernales de estructura de madera y cubierta de pieles que les resguardaba del intenso frío exterior con la ayuda de una hoguera central y un suelo de piedras cubiertas asimismo por pieles.

Hacía unos años que habían comenzado a llegar otras gentes que les eran desconocidas. De momento se habían instalado a cierta distancia de sus comunidades y no interferían en sus vidas, los veían cuando salían a cazar o a recolectar pero ambos preferían evitar el contacto. Eran gentes muy raras, cazaban pero apenas recolectaban, solo lo hacían en un terreno cerca de sus cabañas donde siempre crecían los mismos vegetales. Quizás en un futuro llegaran a relacionarse pero ese momento aún no había llegado.

La niña de nuestra historia había nacido durante un duro invierno en el que la comida escaseaba y los animales parecían haberse escondido. Solo podían cazar alguna cría extraviada de la manada o algún animal herido o viejo. Todos pensaban que no iban a llegar a ver un nuevo verano, así que decidieron convocar a la chamana para ver si podía adentrarse en el futuro y decirles lo que debían hacer para sobrevivir. La futura madre fue con los demás miembros del grupo y allí, mientras estaban reunidos, se puso de parto. Fue la propia chamana la que la atendió y limpió a la recién nacida. Mientras lo hacía le descubrió una mancha en el centro del pecho. Depositó al bebé sobre la cama en la que habían acostado a la madre y la miró detenidamente. Fue como si la mancha la absorbiera, entró en trance y profetizó lo que iba a suceder en los próximos meses. Cuando volvió a su estado normal, les dijo que aquella niña sería la próxima chamana.

Cabaña de invierno

La niña no la defraudó, desde muy pequeña se quedaba quieta en medio de lo que estuviera haciendo, dejaba la mirada perdida y decía cosas que siempre se cumplían. Todos empezaron a mirarla de manera reverencial. Cuando la chamana comenzó a instruirla, se dio cuenta de que aprendía con una rapidez nunca vista hasta entonces. Aprendió rápidamente a identificar las hierbas que curaban y cómo usarlas, las que ayudaban a las mujeres a parir, las que daban vigor y energía a los débiles y las que servían para inducir al trance.

Cuando llegó el momento, la chamana preparó las hierbas necesarias, las coció el tiempo reglamentario y el líquido resultante, oscuro y amargo, se lo dio a beber a la que ya era una mujer. Juntas salieron de la cabaña y se encaminaron a un lugar desde el que se tenía una visión espectacular del cielo nocturno y allí hablaron hasta que el brebaje hizo su efecto. Ella tuvo la impresión de que caía por una especie de espiral que la absorbía hasta llegar a un lugar en el que el espacio y el tiempo no existían, un lugar en el que no había luz pero tampoco oscuridad, un lugar donde los opuestos se encontraban. También supo cual era su animal totémico, el ciervo, que la acompañaría durante toda su vida.

Allí vio el pasado, el presente y el futuro de su pueblo y supo que estaban destinados a desaparecer, absorbidos por ese pueblo extraño de piel y cabellos claros que solo recolectaban junto a su poblado. También supo que nada de eso era realmente importante y sí lo era el mantener a su pueblo sano, unido y feliz.

Reconstrucción

Volvió al poblado transformada y dispuesta a cumplir con su misión. Se mantuvo junto a la chamana hasta que ésta murió, momento en el que ella pasó a ocupar su puesto. Su clarividencia era tan patente y tan certera que todos los habitantes de la laguna acudían en busca de su consejo, sus medicinas o su simple compañía. En las grandes ceremonias del verano, pintaba su cuerpo y prácticamente desnuda, se sentaba muy erguida frente a ellos que la miraban embelesados aguardando sus palabras. Entonces sus ojos azules irradiaban luz capaz de iluminarlos y llenarles de esperanza y felicidad y sus palabras eran claras como el agua de los manatiales.

Murió a la edad de 35 años y todos los poblados alrededor de la laguna, lloraron su pérdida. La llevaron hasta el cementerio que reservaban para las personas notables y allí la enterraron vestida con un cinturón de 130 dientes de animales y un gran colgante de pizarra en el cuello del que pendía una capa corta hecha de plumas. Le prepararon un lecho de pieles y dos astas de ciervo entrelazadas y la sentaron sobre él con las piernas cruzadas, tal y como ella acostumbraba a hacer. Pintaron su piel oscura con trazos blancos y rojos y la cubrieron cuidadosamente con la tierra.

Así la encontraron los arqueólogos unos 7.000 años más tarde, en Skateholm, cerca de Trelleborg, en Scania al sur de Suecia.


viernes, 11 de septiembre de 2020

LAS BAILARINAS SAGRADAS

Desde  que  era  una  niña  ya  estaba danzando, era como si  hubiera venido   al mundo expresamente para hacer eso, bailar. Su  madre decía que ninguno de  sus otros hijos se había movido igual cuando estaba todavía dentro de ella, por eso no le extrañó que demostrara esa rara habilidad. Así que  cuando cumplió  los  seis años la llevó a visitar a las sacerdotisas del templo para que se uniera, si ellas así lo estimaban, al cuerpo de bailarinas. Ellas la vieron bailar y no lo dudaron la admitieron inmediatamente. Ya ni siquiera emprendió el viaje de vuelta con su madre, nunca más volvió a vivir en casa de sus padres con sus hermanos, pasó a formar parte del templo y en las dependencias reservadas a las bailarinas sagradas ocupó un lugar.

Exvoto en forma de cerdo

La ciudad tenía ya muchos años de historia y poco a poco se había convertido en un sitio importante. La riqueza se la debían por una parte a los bosques de encinas de las inmediaciones, que les había permitido criar cerdos de forma extensiva y por otro a las fértiles tierras que llegaban hasta la gran ensenada[1] en la que desembocaba el río grande, cuyos cultivos ya eran excedentarios. A estas dos actividades habría que sumarles la comercial, muy activa, sobre todo a través del río hacia el interior y de la gran ensenada a la que llegaban naves procedentes de lugares remotos.

Las bailarinas se entrenaban diariamente con ejercicios extremadamente complejos para lograr una gran flexibilidad, la maestra era muy exigente y no dudaba en emplear un bastón para corregir posturas y no eran caricias exactamente las que prodigaba la vara. Pero eso era lo que menos le importaba a la niña, todo lo aceptaba porque quería ser una ejecutante perfecta, como las que había visto bailar en la necrópolis cuando enterraron al gobernante.

Bailar ante la tumba de un personaje principal cuando moría, era uno de los cometidos de las bailarinas pero no era el único. También lo hacían en el templo al aire libre en las fechas destacadas, pero no bailaban para nadie más porque su danza era una danza sagrada que las podía llevar al trance y entonces eran capaces de predecir hechos futuros o de saber qué decisiones fundamentales había que tomar ante algún acontecimiento extraordinario. Por eso su categoría social era muy elevada y el pueblo las respetaba y admiraba.

Collares de ámbar
Cuando llegaba la ocasión, se cubrían el cuerpo con ocre rojo, el color sagrado por antonomasia, el que simbolizaba la vida, tanto en este mundo como en el otro. Sus vestidos eran todo un espectáculo, estaban hechos de miles de cuentas de caliza y de concha, ensartadas en hilo que oscilaban resaltando el movimiento de las bailarinas y destacando sobre el fondo rojo del cuerpo pintado. Todas las niñas soñaban con tener uno igual. En los últimos tiempos el ocre había sido sustituido por otro material procedente de tierras más al noreste[2], cuyo color era más intenso[3] y esto que podría parecer un dato anodino, fue determinante en la vida de estas mujeres.

La primera ocasión que tuvo la niña de danzar públicamente fue con motivo del fallecimiento del gobernante. El hombre era ya mayor, tenía más de 40 años y para él se había construido una tumba en la parte más alta de la necrópolis. Ésta estaba a unos pocos kilómetros de la ciudad, sobre un otero que dominaba todo el valle del río grande y en ella ya había varios dólmenes de los anteriores gobernantes. El suyo tenía un corredor de acceso de 12 m de longitud que daba acceso a la cámara de 2,57 m de diámetro donde fue depositado su cuerpo con un ajuar tan rico como su ocupante. La niña pudo ver un colmillo de elefante completo, un huevo muy grande que alguien le dijo que era de avestruz, un animal que nunca nadie había visto en aquellas tierras y que tampoco sabían qué aspecto pudiera tener, varios peines de marfil y una lámina de oro con un grabado de ojos grandes que observaban todo lo que acontecía alrededor. No pudo ver nada más porque tuvo que acudir junto con las otras niñas, al lugar desde el que danzarían antes de que lo hicieran las bailarinas adultas.

Colmillo de elefante

  • Por primera vez cubrió su cuerpo de rojo y aunque su vestido no era tan hermoso como el de las bailarinas mayores, era realmente bello y se complementaba con un collar hecho de cuentas de ámbar venido de tierras muy lejanas y que una vez utilizado tenía que ser devuelto, junto con todo lo demás, a las arcas del templo. La danza la dejó exhausta pero aún tuvo fuerzas para contemplar anonadada la de las bailarinas, prometiéndose que en breve ella también sería capaz de bailar de igual manera.

Algunas de las niñas, al alcanzar la madurez deseaban contraer matrimonio y formar una familia, para lo cual tenían que abandonar para siempre la que hasta entonces había sido su vida, pocas lo hacían y ella no iba a ser una de ellas, lo único que anhelaba su corazón era pertenecer a esa hermandad para danzar y danzar hasta el agotamiento y, si así lo querían los dioses, interpretar sus deseos  o sus admoniciones.

Cuentas de vestidos y restos humanos

De vez en cuando las aprendices de bailarinas iban a visitar a sus familias y se quedaban con ellas unos pocos días, algunas ya no querían volver y preferían olvidar el esfuerzo empleado en su formación, para llevar una vida normal. La niña no, volver a la casa de su familia suponía trabajar en las tareas domésticas, ir a buscar agua, lavar ropa en el río, cocinar, trabajar en el huerto familiar y ella ya no quería saber nada de eso. Cómo se podía comparar con bailar hasta la puesta de sol y abstraerse de todo lo circundante, mientras el baile continuaba. Su destino estaba marcado y ella estaba encantada de asumirlo por mucho esfuerzo que conllevara.

Las estaciones fueron pasando y ella se convirtió en la figura central de las bailarinas, las coreografías parecían estar hechas a su medida y su fama se fue extendiendo por los alrededores y mucha gente acudía desde sitios lejanos cuando había un acontecimiento o una fiesta religiosa en la que bailarían. Pero con el pasar del tiempo las bailarinas empezaron a sufrir extraños dolores en el pecho, les aparecieron sarpullidos en la piel que no dejaba de picar,  los riñones empezaron a fallarles y apenas tenían ganas de comer. Su estado se fue deteriorando rápidamente, el de todas a la vez, aunque había algunas con menos síntomas y así, sin que nadie pudiera explicarse el por qué, fallecieron poco a poco.

Puñas de cristal de roca y empuñadura de marfil

Fueron enterradas apenas sin ceremonias mientras construían el túmulo donde lo harían con todos los honores. Para ello abrieron en el del último gobernante fallecido, un nuevo corredor de 37, 7 m de longitud y una cámara de 4,75 m de diámetro para acogerlas a todas. Tanto el corredor como las cámaras estaban revestidas de lajas de pizarra traída de muy lejos, cubiertas de cinabrio de color rojo intenso. El resultado fue un túmulo de 75 m de diámetro que se elevaba por encima de la colina y era visible desde varios kilómetros a la redonda.

Peineta
Cuando el túmulo estuvo terminado, trasladaron a las que habían sido enterradas precipitadamente y a las que habían fallecido recientemente, hasta un total de 22 bailarinas. Todas fueron depositadas con sus trajes de ceremonia hechos de miles de cuentas blancas y que juntas sumaron un millón. Los objetos de adorno fueron mayoritariamente de ámbar y de marfil, aunque también los hubo de oro. De marfil estaban hechos más de 159 objetos, entre los que destacaban 5 peinetas, 8 bellotas y 19 figurillas de animales. De ámbar eran 250 cuentas y colgantes. También se añadieron puñales, puntas de flecha y láminas sin usar, más de 20 de ellos hechos en cristal de roca.

Puntas de flecha de cristal de roca

En el centro de la cámara se dispuso un altar realizado en arcilla verde, enlucido en blanco y decorado con una cenefa rojiza. En torno a él se situó una mesa de ofrendas  cubierta con un paño hecho de cuentas de caliza, en la que se depositaron hermosos objetos como un peine de marfil. A su alrededor vasijas y vajilla de barro que contenían todos los alimentos necesarios para el largo viaje que les aguardaba y en último lugar los cuerpos de las bailarinas. A ella le reservaron el lugar de honor, de rodillas frente al altar y con los brazos dirigidos hacia el cielo en posición de oración.

Una vez depositado todo, se celebraron los rituales  debidos y la cámara se cerró con una losa y frente a ella se colocó un gran vaso de cerámica. Se volvería abrir en el solsticio de invierno, momento en el que el sol se colaría por el corredor de entrada, iluminando la cámara funeraria e incidiendo sobre la estela que representaba a la Diosa Madre.

Las 20 bailarinas tenían una edad media de 35 años, la causa de su muerte fue el envenenamiento por sulfuro de mercurio, el principal componente del cinabrio y todo esto ocurría hacia el 2.800 ac en Montelirio, Castilleja de Guzmán (Sevilla) 

 

Reconstrucción de la cámara principal



[1] Lacus Ligustinus, ensenada que se formaba en la desembocadura del río Guadalquivir junto a la ciudad de Sevilla que perduró hasta la época romana,

[2] Almadén, Ciudad Real

[3] Cinabrio, con un alto contenido en mercurio

jueves, 13 de agosto de 2020

LA HIJA DEL COMERCIANTE CELTA

Cuando era pequeña en las largas noches de invierno reunidos todos alrededor del generoso  fuego de  la  casa, su padre les  contaba cómo el  abuelo  de  su abuelo había  abierto  una  ruta comercial. Su  antepasado había observado  que  cuando algún  viajero  llevaba  hermosos  objetos  de  oro,  bronce   o  ámbar  o   vajillas bellamente  decoradas, la  familia  del  jefe y  las  mujeres  de  los  altos mandos militares se los disputaban.

Joyas de oro

Así que trazó un plan en riguroso secreto. Empezó entablando conversaciones con ellos, invitándolos a un trago o a un plato de comida para conocer la procedencia de aquellos objetos y las necesidades que allí tenían. Supo que la sal era un bien muy preciado en buena parte del camino y empezó a planear la ruta que iba a hacer. Montaría un carro con sus bueyes en la almadía que remontaba el río[1] y lo cargaría de sal y de lo que consideró podría venderse o intercambiarse por el camino. Cuando el río dejara de ser navegable, seguiría con su carro hasta llegar a la costa[2].

Cuando estuvo dispuesto para partir lo comunicó a su familia que lo tachó de loco, un viaje tan largo y lleno de peligros, ¿cómo se iba a hacer entender con aquellos pueblos que seguramente hablarían otra lengua?. Pero él no se arredró, sabía que aunque las lenguas de los pueblos celtas variaban unas de otras, no eran tan diferentes como para no comprenderse. Partió feliz y esperanzado. Aunque tardó en volver mucho tiempo, lo hizo cargado de hermosos objetos que vendió tan rápidamente que apenas pudo creerlo. A partir de ahí todo fue ampliar el negocio, establecer contactos sólidos y conocer bien las mejores rutas. La familia había continuado y había abierto relaciones comerciales con las poderosas castas de otras ciudades, incluso con algunas muy lejanas.

Viviendas de Heuneburg, reconstrucción

El tío abuelo de la niña, que escuchaba emocionada la historia aunque la conocía perfectamente, viendo el éxito que tenían las joyas que importaban de las colonias griegas en el Mediterráneo pensó que las debían producir ellos mismos. Él desde que era muy joven se había dedicado en su tiempo libre a fabricar joyas en bronce, era muy habilidoso y las usaba para regalar a alguna joven que le gustaba o para sacar algún beneficio que le permitiera tomar un trago. Pensó que aunque el oro era muy diferente, sabría sacarle partido. Lo planteó como una actividad más de la familia, al igual que el antepasado se había atrevido a hacer algo nuevo, ellos también podrían hacer lo mismo. Y así nació el taller de joyería.

Cuando la niña vino al mundo su familia ya era una de las más importantes de la ciudad. No tenía que levantarse al amanecer para ir a trabajar, ni tenía que coser sus propios vestidos. Cada mañana, se encaminaba junto con los otros hijos de las familias principales hasta la casa del druida donde eran instruidos en todo lo que iban a necesitar en su vida futura, lo que incluía un buen conocimiento de las plantas y árboles de su alrededor, de las fuentes de agua, de las estrellas de cielo y, sobre todo, de cómo comportarse con todos los seres vivos y con aquellos seres que, aunque solo se pudieran ver en circunstancias especiales, vivían en la naturaleza protegiéndola.

El druida los llevaba a los frondosos bosques, atravesando la ciudad hasta llegar a la muralla de 4 metros de altura, construida en adobe con una base de sillares y encalada para que relumbrara cuando le diera el sol y se pudiera ver desde lejos tratando de disuadir a los potenciales invasores. Tenía varias torres de vigilancia y una pasarela cubierta para que en los días de lluvia y nieve los centinelas estuvieran protegidos. Una vez atravesada la puerta pasaban entre las casas que se habían ido construyendo a medida que crecía la población para llegar, ya en terreno llano, hasta la segunda muralla de adobe y cruzar por la puerta monumental levantada sobre un zócalo de sillares.

Heuneburg

 Una vez que atravesaban la última muralla tenían ante su vista pequeños castros de montaña y un camino a recorrer flanqueado por los talleres de ceramistas, hiladoras o tintoreros, huertas, numerosas granjas y campos de pasto para las cabras y las ovejas, hasta llegar al bosque junto al río. Allí practicaban lo que habían aprendido en el aula.

En algunas ocasiones el druida los llevaba a visitar los túmulos donde estaban enterrados los personajes principales de la historia de la ciudad. Siempre les llevaban alguna ofrenda y les dedicaban una oración. La niña entonces soñaba que la enterraban en su propio túmulo, con sus mejores vestidos y sus joyas más hermosas y que cada año iban sus familiares a recordarla.

Cuando la niña creció su familia empezó a plantearse con quién la deberían unir, no podía ser cualquiera, ella pertenecía a la sociedad privilegiada dueña de bienes y de un negocio siempre en expansión. Pero fue el druida el que lo terminó decidiendo, se reunió con la familia y les habló de la familia que estaba interesada en unirse a ellos. Pertenecían a la élite militar y el joven ya había destacado en la lucha. La alianza podría llegar más allá de la mera unión de los jóvenes, propusieron formar un cuerpo de guerreros de élite que acompañaría a las expediciones para proteger las mercancías de los frecuentes asaltos que sufrían en ciertas etapas del viaje. Les pareció una propuesta interesante y la aceptaron.


No hubo novia mejor aderezada en toda la historia de la ciudad. El taller de joyería estuvo trabajando días para crear las mejores joyas que nunca habían hecho y el resultado fue espléndido, podían rivalizar con las procedentes de los talleres de Massilia. La túnica que la cubría era de lino muy fino y teñido de rojo. El mantón era de un tejido que procedía de un lejanísimo lugar, fino, suave y sutil, lo llamaban seda y solo los muy poderosos tenían acceso a él. Los arreos del caballo en el que llegó montada, eran otro trabajo delicado, así como la silla de montar. Ella estaba resplandeciente.

Desde el primer momento ella dejó bien claro que quería tener su propia vivienda, no quería compartir su vida ni con sus parientes ni con los de su esposo y como siempre se había salido con la suya, no dudó que esta vez también sería así. Se instalaron pues en la que los familiares de ambos habían mandado construir y la llenaron con muebles de madera  ricamente trabajados y con alacenas donde se exponía la hermosa vajilla griega que utilizaban en las grandes ocasiones. Entre sus objetos preferidos estaba un erizo de mar petrificado y un ammonites a los que tenía reservado un sitio preferente, se los habían traído de una zona muy alejada del mar y eso era lo que les hacía especialmente atractivos, porque ¿qué hacían animales marinos enterrados en montañas?

Adorno del pectoral del caballo

En los años siguientes tuvo tres hijos varones y una niña que murió al cumplir los cuatro años. La enterraron con una túnica azul, un manto de lana y sus adornos favoritos, entre los que destacaba un broche de oro salido del taller familiar y lo hicieron en una tumba sencilla junto al túmulo que ya estaban construyendo para ella que, no solo quería ver cumplido su deseo infantil sino que quería contemplarlo con sus propios ojos y dejarlo tal y como a ella le gustaba, aunque cierto es que también le hubiera gustado tardar un poco más en utilizarlo.

A la edad de 35 años murió y tal y como había dispuesto fue enterrada en el magnífico túmulo revestido de planchas de roble y abeto blanco que fueron cubiertas con telas. En él depositaron un riquísimo ajuar,  piezas de tela, pilas de pieles, un adorno hecho de colmillos de jabalí y campanillas de bronce para el pectoral de su caballo, hermosos objetos tallados en madera de boj y su cuerpo adornado con sus mejores joyas de ámbar, oro y bronce, brazaletes tallados en piedra negra y un cinturón de bronce y cuero. También depositaron el ammonites y el erizo de mar petrificado, tal y como ella había querido.

En el lado opuesto de la cámara enterraron a su sirvienta personal para que pudiera seguir atendiéndola, con sus modestos adornos de bronce y con los arreos del caballo, ricamente decorados, entre sus manos.

La madera que revestía la cámara fue cortada en el otoño del año 583 ac y aunque la tumba de la niña fue saqueada, la suya permaneció intacta. Se encontró en Heuneburg (Alemania)

 



[1] Danubio

[2] Massilia

martes, 28 de julio de 2020

LAS AMAZONAS ESCITAS


Cuando su hija le anunció que iba a ser abuela, un único pensamiento cruzó su mente “que sea una niña”. Durante muchas generaciones sus antepasadas habían ido aportando a la familia mujeres continuadoras de  la estirpe, su hija parecía haberse negado a seguir esa línea tras parir dos varones seguidos y por eso ella se encaminó hasta la residencia de los Enarei[1] para encargar un sacrificio a la diosa Argimpasa. Las sacerdotisas que en tiempos anteriores habían servido a la diosa fueron reemplazadas por hombres, pero para no ofenderla en exceso vestían y trataban de comportarse como mujeres y aunque a ella nunca le había agradado esa sustitución se decidió por ella porque necesitaba toda la energía femenina que se pudiera recabar para que su deseo se cumpliera.

Diosa Argimpasa
Su elevada posición social le permitía elegir qué tipo de sacrificio quería realizar, en este caso además del caballo de las veces anteriores que no había dado el resultado apetecido, solicitó sacrificar a uno de los esclavos que estaban esperando ser vendidos a los griegos, un guerrero fuerte y joven. También eligió el caballo más hermoso que pudo encontrar y finalmente se acordó el día que se llevaría a cabo.

Ese día ella y su hija se vistieron con las mejores prendas, un pantalón ancho con apliques de fieltro, una blusa de cáñamo finamente tejido y  bordado y un abrigo con placas de metal dorado que brillaban al sol e impedían fijar la vista en ellas durante mucho tiempo. En la cabeza ella llevaba el cálato ceremonial propio de su rango.

Así vestidas se encaminaron al lugar del sacrificio. Los sacerdotes ataron las patas del caballo y uno de ellos se situó detrás, tiró de la cuerda y lo derribó invocando el nombre de Argimpasa, seguidamente procedió a estrangularlo con una cuerda. Una vez muerto se troceó y se puso a hervir. Mientras la carne se cocía, el esclavo fue degollado limpiamente. Con sumo cuidado y con la pericia que le proporcionaba la experiencia despellejó su rostro haciéndole un corte detrás de las orejas, y fue ofrecido a la diosa junto con la carne del animal y sus órganos vitales, arrojándolos delante de él.
Arco escita

El sometimiento del esclavo que no profirió ni una sola exclamación y afrontó el sacrificio sin cerrar los ojos, les pareció un buen augurio, había sido valiente hasta el final y eso seguro que había sido del agrado de la diosa. Madre e hija se retiraron llenas de esperanza.

Al día siguiente la mujer acudió a hablar con una de sus parientes que poseía el don de la profecía heredado de sus antepasadas chamanas. Aunque los hombres se habían adueñado de los rituales el don, como había venido sucediendo desde miles de años antes, se seguía transmitiendo por vía materna. Juntas acordaron reunirse con las mujeres más allegadas para darse un baño de vapor.

Recogieron las gordas cabezuelas de las amapolas blancas que crecían en los prados y las cocieron en un gran caldero que trasladaron a la yurta donde se tomaban los baños de vapor. Una vez dentro se sentaron desnudas formando un círculo, arrojaron a las piedras ardientes un puñado de semillas, ramas y hojas de cannabis y bebieron del caldero. Al cabo de un tiempo la descendiente de chamanas entró en trance y profetizó una serie de sucesos que acaecerían en un futuro no muy lejano. La mujer le preguntó el sexo de la criatura que esperaba su hija y cuando ella le dijo que iba a ser una hembra, respiró aliviada, sus predicciones nunca fallaban. Y así fue, la hija no defraudó a nadie y parió una niña hermosa y sana.
Cerámica del túmulo

En cuanto fue capaz de sentarse por sí misma, su madre y su abuela se turnaron para llevarla a caballo, aprendió a montar antes que a caminar y cuando cumplió los tres años la abuela le confeccionó un pequeño arco compuesto como el que usaban los adultos y empezó su entrenamiento. Al cumplir los diez años era capaz de controlar al caballo solo con las piernas mientras cargaba el arco, apuntaba y disparaba haciendo blanco. Su abuela estaba muy orgullosa de ella, prometía convertirse en una de las mejores amazonas que jamás se habían visto.

Cuando finalizaba su entrenamiento, lo primero que tenía que hacer era cuidar de su montura, una yegua pequeña y nerviosa a la que estaba íntimamente unida. La cepillaba con energía, como sabía que a ella le gustaba y luego peinaba su cola y le hacía varias trenzas que al galopar parecían serpientes en movimiento. Después le daba de comer y de beber y entonces ya llegaba el tiempo de hacerlo ella misma, un buen trozo de queso de leche de yegua y una jarra de kumis[2] era todo lo que necesitaba para sentirse bien. Después tenía que ocuparse de sus botas de montar, sin las cuales no sería posible hacer equilibrios sobre el caballo; para nutrirlas utilizaba la nata que se formaba en las jarras de leche de yegua y con ella y un trozo de fieltro las frotaba hasta hacerlas relucir. Después llegaba la hora de descansar.
Espejo y puntas de lanza

La habilidad de la niña fue creciendo exponencialmente, estaba realmente dotada para la monta y las acrobacias y ya había ganado varios premios en las competiciones locales. Su fama se fue extendiendo por todas las tribus y fue invitada a participar en competiciones cada vez más alejadas de su tierra. Su abuela y su madre la acompañaban y cuidaban de que estuviera bien preparada, se había convertido en su máximo orgullo.

Cuando cumplió 13 años recibió varios regalos, un espejo de bronce, un brazalete de cuentas de vidrio y un caballo de bella estampa, joven y brioso. Inmediatamente lo montó y salió al galope emitiendo gritos de victoria como los que se lanzaban cuando se ganaba una batalla, tal era su felicidad, porque eso significaba el regalo, a partir de ese momento se la consideraba capaz de ir a luchar. Volvió grupas para coger su arco, carcaj y flechas y salió de nuevo disparada a practicar su puntería mientras se ponía de pie sobre el lomo del caballo al galope o se descolgaba quedando a ras de tierra sin bajar la velocidad, agarrándose únicamente de las crines. Todos los presentes la miraron evolucionar embelesados, era única en su género.
Izda. reconstrucción del cálato. Dcha. los restos

A la mañana siguiente se encaminó hasta el barco en el que llegaban los esclavos que en unos días trasladarían a Grecia, quería ver si alguno le gustaba lo bastante como para pedir a su abuela que se lo regalara, lo quería como asistente, si iba a ir a la batalla necesitaba uno bien fuerte. Anduvo entre todos, palpando sus músculos y mirándoles a los ojos, ella se preciaba de saber escoger a las personas por su forma de mirar, pero no encontró ninguno que la satisficiera.

Al día siguiente uno de los esclavos cayó gravemente enfermo y murió sin que nadie pudiera hacer nada por él. A los pocos días la que enfermó fue ella. Con la cara roja por la fiebre elevadísima y una singular falta de fuerza cayó al suelo. Rápidamente la llevaron junto a su madre y su abuela que se turnaron para atenderla día y noche, mojando sus labios en agua fresca y cambiando las compresas empapadas en agua que le ponían para tratar de bajar la fiebre. Pero no mejoró y pronto cayeron enfermas las otras dos mujeres y la criada que les atendía. Ante el estupor de toda la tribu no tardaron en morir.
Cálato, detalle

El túmulo que estaba ya preparado para la abuela las acogió a las tres. La abuela fue enterrada con su cálato de oro, hecho con un 70% de ese metal, cobre, plata y una mínima porción de hierro y decorado con motivos florales y ánforas colgando del borde inferior. La madre recibió su cuchillo, puntas de flecha, arco y carcaj. A la muchacha le pusieron en la mano la copa griega de laca negra en la que bebió sus últimos sorbos de agua y los regalos que había recibido en su cumpleaños, el espejo de bronce y el brazalete junto con un par de lanzas. Para las tres depositaron un garfio en forma de pájaro, aperos para las caballerías, ganchos de hierro para colgar las riendas, cuchillos de hierro y puntas de flecha. Como era preceptivo, llevaron varios recipientes llenos de comida y bebida.

Antes de llevar a cabo los sacrificios animales, colocaron las piernas de la muchacha en posición de montar para lo cual le cortaron los tendones de las piernas, así podría seguir cabalgando en su viaje al más allá y por toda la eternidad.

Este ritual se llevó a cabo en el distrito Ostrogozhski de la región de Voronezh, junto al curso medio del río Don (Rusia) hace unos 2.500 años.
El enterramiento



[1] Casta de sacerdotes que se suponía habían recibido el don de la profecía de la diosa Argimpasa. Vestían de mujer y su nombre quería decir hombre-mujer.
[2] Bebida ligeramente alcohólica a base de yogur. Actualmente se elabora sin alcohol.

miércoles, 15 de julio de 2020

LA MINERA DEL YUCATÁN


Cuando después de un parto prolongado  la mujer miró a su criatura, un par de gruesas lágrimas surcaron sus mejillas, dos y ni una más. Solo un momento para lamentar la venida al mundo de más mano de obra para la mina y luego una sonrisa para recibirla con alegría, a pesar de todo.

Reconstrucción del rostro de la minera
Al día siguiente ya estaban las dos de camino a la mina que abastecía de ocre a  las comunidades que vivían alrededor y a los viajeros que llegaban hasta ellos atraídos por la fama de buena calidad que tenía el material. El trabajo requería una cierta especialización, saber sacar el mineral sin destrozarlo o saber usar las herramientas. Estas solían ser de piedra pero cuando se rompían en plena faena, se improvisaban otras cortando las estalactitas o estalagmitas que abundaban en la cueva. Esa especialización hacía que el trabajo pasara de una generación a la siguiente casi sin darse cuenta. El camino hasta las vetas de ocre tampoco era sencillo, muy a menudo se encontraban a cientos de metros de la entrada y había que colocar mojones en las ramificaciones para no perderse.

 La madre llevaba con ella a su hijita recién nacida y solo paraba de trabajar para darle de mamar junto a un hachón encendido y la niña mamaba la leche mezclada con el fino polvo que se extendía por todo el ambiente sellando así su destino.

Otras no lo tenían mucho más fácil. El agua era un bien escaso, no había ríos salvo los arroyos estacionales que corrían rápidos cargados de piedras, raíces y tierra. El agua que apenas corría por la superficie, lo hacía a raudales por debajo de la tierra formando ríos subterráneos o acumulándose en cenotes y alguien tenía que ir a buscarla. Los aguadores preferían adentrarse en cuevas donde el manantial aparecía, antes que descolgarse por los cenotes.  A veces el agua se encontraba en lo más profundo de la cueva o había que reptar por debajo de las formaciones rocosas sorteando todos los obstáculos a su paso y al mismo tiempo cuidando de los hachones encendidos que alumbraban su avance. Ellos también necesitaban el ocre, hacían una pasta y con ella se cubrían el cuerpo para protegerlo de las chispas ardientes que soltaban los hachones.

El cráneo de la minera
Pero por trabajoso que fuera sacar el agua de las cuevas, era peor sacarla del cenote. Para llegar a ella había que descolgarse con una cuerda cargando a la espalda los recipientes de sisal bien trenzado y recubierto de arcilla, llenarlos y volver a subir con cuidado de no derramar el líquido que tanto les costaba sacar. Luego había que llevarlo a dónde se necesitaba.

En ocasiones la cuerda se rompía y el aguador se hundía en el agua oscura en cuyo fondo reposaban los huesos de animales que nadie había visto nunca. Los que lo habían hecho hablaban de grandes cabezas con enormes dientes que sobresalían amenazadoramente y de huesos imposibles de imaginar dentro de un animal, a no ser que este fuera gigantesco y ni los más viejos que atesoraban historias de tiempos lejanos, sabían de nada igual.

La vida en la superficie era menos dura, por lo menos disfrutaban de la luz del día mientras recorrían kilómetros hasta reunir lo suficiente para alimentar al grupo, pero la tarea les llevaba tiempo y no poco esfuerzo. Recogían plantas silvestres como el amaranto o la chía y cazaban pequeños animales como mapaches, zarigüeyas, topos, comadrejas, ardillas o ranas. Por mucho que se esforzaran el alimento nunca era suficiente por lo que desconocían la sensación de estar saciado diariamente y solo en algunas ocasiones, cuando habían logrado cazar un animal grande como un venado o un pecarí podían decir “no voy a comer más”.

A veces la mujer minera deseaba haber nacido en una familia de recolectores, así podría mirar al horizonte iluminado por la luz del sol, o mojarse con el agua de la lluvia sin que le dejara regueros en la piel al arrastrar el polvo que la cubría de manera perenne. Pero ese era su destino y no tenía más remedio que aceptarlo por eso miraba a su hijita con pena y callaba ante los demás, nunca lo entenderían.

Cuando la niña estuvo destetada, pudo quedarse durante el día con el grupo de abuelas junto con los demás niños del grupo. Ellas les enseñaban todo lo que iban a necesitar saber en su vida y por la noche, ante un gran fuego escuchaban las historias que habían ido atesorando generación tras generación. Les hablaban de aquel viaje que habían comenzado muchas generaciones atrás. De cómo habían salido de tierras muy frías, tanto que era difícil de creer y de cómo habían ido recorriendo distancias, parando ora aquí ora allá, buscando los lugares donde abundaban los animales hasta llegar al lugar donde ahora se encontraban.
Hoyo Negro

Una vez que la niña hubo crecido hasta ser capaz de llevar una carga, empezó su trabajo en la mina. Su madre le enseñó cuanto tenía que saber y, al igual que al principio de su vida, entró con ella en la cueva para no abandonarla jamás. Mientras trabajaba soñaba con la llegada de la noche en la que se tumbaría boca arriba para mirar las estrellas, las mismas que habían mirado sus remotos antepasados y soñaría con hacer el viaje a la inversa hasta llegar a aquellas tierras cubiertas por algo que llamaban nieve o hielo, no sabía cuál podía ser la diferencia entre ambos pero sabía que eran capaces de matar a alguien que quedara dormido sobre ellos. Sabía que era un sueño imposible de realizar, ellos habían salido en grupo y ella estaba sola, pero recreaba los diferentes escenarios por los que transcurría el relato y se imaginaba tierras llenas de frutas jugosas que aplacaban la sed más persistente.

Como cada amanecer, la niña junto con el grupo de mineros, se encaminó a su tarea, hacía solo unos días que había tenido su primera menstruación y aunque el grupo lo había celebrado con bailes, canciones y algo de comida extra, ella sentía una extraña desazón que no sabía a qué atribuir pero que en parte asociaba a las miradas que desde hacía algún tiempo, le lanzaba uno de los mineros cuando estaban cerca. Le hacían sentirse incómoda y temerosa, ella era pequeñita, de miembros finos que le hacían parecer frágil y él era mucho más grande que ella y tenía bien marcados los músculos. Si quisiera retenerla ella no tendría nada que hacer. Y aquella especie de presentimiento terminó cumpliéndose ese mismo día.

El minero se acercó al sitio donde ella trabajaba para ofrecerle una de las frutas que había llevado consigo. Ella, siempre hambrienta, la tomó con avidez y apenas le había dado un bocado cuando él se abalanzó tumbándola y tapando su boca con una de aquellas grandes manos. Antes de que pudiera pensar en resistirse de alguna manera, él la había penetrado y gimiendo la embistió sin piedad. El dolor fue tan insoportable que por un momento perdió el conocimiento. Lo recobró cuando él se retiró y volvió a su puesto en la mina.

Tigre dientes de sable en Hoyo Negro
La sangre le corría por las piernas y el dolor le llegaba hasta lo más hondo, lloró y lloró como la niña que todavía era. Cuando su madre se reunió con ella para compartir la escasa comida, supo lo que había pasado y juró que se lo haría pagar. Al llegar la noche contó lo sucedido al grupo de ancianos y ancianas que dirimían los conflictos y ellos decidieron expulsarlo del grupo, la violencia no era admitida entre ellos.

Pero para ella siguió teniendo consecuencias, se había quedado embarazada. Su cuerpo tan inmaduro y tan pequeño fue capaz, a duras penas, de parir a un niño que murió a los pocos días. A partir de ese momento dejó de soñar y su vida continuó sin ningún estímulo hasta que un día el hachón se le apagó y cuando iba a volver a encenderlo con uno de los que dejaban para ese fin, el suelo se hundió bajo sus pies y cayó hasta lo más profundo de otra cueva que se abría debajo. Lo último que vio fue el cráneo de un animal de grandes colmillos que pareció sonreírle. 

Se encontraba en el estado de Quintana Roo, en la península del Yucatán (México) en lo que hoy es una cueva sumergida que se conoce como Hoyo Negro y ya han pasado 12.800 años.







viernes, 26 de junio de 2020

LA PRINCESA CELTA

Reconstrucción del palacio y traslado del cuerpo
Ella había nacido en el seno de una familia privilegiada. Una familia que controlaba el trasiego de caravanas que transportaban el estaño que, procedente de Britania, viajaba hasta Etruria y Grecia; el ámbar proveniente de los países del norte y el vino o la sal que se dirigían a Britania. Hasta allí llegaban las caravanas con sus cargamentos y gran parte de ellas continuaban el viaje a través del río[1] pero siempre dejaban parte de su carga, muy apreciada por las gentes que podían permitírsela.

Sobre una colina de cima plana, se había construido una ciudadela que dominaba los extensos campos agrícolas y las viviendas de los agricultores que la circundaban. Para proteger la indudable riqueza de la ciudadela, se había construido un sistema defensivo realmente impresionante. Fosos y muros de más de 8 metros de espesor con un sistema de piedras y vigas de madera transversales y longitudinales unidas por clavos de hierro, sobre una base de escombro bien asentada y un revestimiento final de piedra que los hacía prácticamente inviolables[2].

La casa donde había nacido era un auténtico palacio compuesto por varios edificios.  El principal, de 35 x 21 metros y 12 de altura, estaba destinado a actividades públicas y los otros a la vivienda propiamente dicha. Las viviendas de los habitantes, estaban  construidas con adobe y vigas de madera con un revestimiento de cal que refulgía cuando les daba el sol, haciendo un hermoso contraste con los techos de paja. A ella le gustaba observar todo aquello desde la altura durante el ocaso, pensando en las palabras de sus padres, “un día gobernarás sobre todos ellos y deberás hacerlo con justicia”.
Kilix, copa para el vino

Mientras llegaba ese día, a ella le gustaba corretear entre los edificios y mirar en el del correo a ver si había llegado algún mensajero con noticias importantes o subirse a la escalera y mirar en los almacenes construidos sobre pilotes para que los roedores no pudieran entrar. Así se hacía una idea de cuántas cosas se consumían y de cuándo empezaban a escasear.

Pero lo que más le gustaba era asistir a las sesiones que se celebraban en los edificios excavados en la tierra, oscuros y silenciosos donde se narraban historias que encendían su imaginación. A veces eran historias que llevaban los comerciantes, otras eran narraciones de su propio pueblo y otras de los dioses que les protegían y que también les castigaban. Muy a menudo se desarrollaban sesiones de música y canto y entonces se podía bailar, que era lo que ella prefería. En estas ocasiones todos bebían el vino que se producía en la región y que era muy apreciado fuera de ella, incluso lo trasladaban en ánforas selladas, a lo largo del río para abastecer a las poblaciones por donde pasaba.
Torques

Un día que estaba en el puerto del río contemplando como cargaban una de las naves, vio a un grupo de esclavos que iban a ser embarcados para venderlos río arriba en alguna de las grandes poblaciones que requerían muchas mercancías. Entre ellos iba una jovencita de aspecto triste y cabeza gacha que, al sentirse observada, levantó hasta que se cruzaron sus miradas. Fue una mirada suplicante, o así le pareció a ella, era como si dijera “no dejes que me embarquen”. Ella se dio media vuelta y corrió en busca de su padre para rogarle que se quedara con la muchachita de mirada triste. Él que era incapaz de negarle nada a su hijita, se acercó hasta el muelle y preguntó a los estibadores por el grupo de esclavos que acababan de embarcar, le señalaron al capitán del barco como el responsable de la carga y fue a hablar con él.
Crátera

Después de una larga negociación que ella seguía en la distancia sin saber qué se decían, vio como el capitán daba una orden y al cabo de un rato aparecía en la cubierta la muchacha cuyo rostro dejaba traslucir la sorpresa y el miedo que sentía ante aquel cambio imprevisto. Su padre habló con uno de sus hombres que salió corriendo en dirección al palacio, para volver con una bolsa de cuero en las manos que depositó en las de él. De ella extrajo unas piezas de metal que entregó al capitán y éste hizo lo propio con la muchacha. Bajaron del barco y se dirigieron hacia el palacio. Por el camino ella se sumó al grupo correteando alegre a su alrededor. Al llegar su padre llamó al jefe de la intendencia y le entregó a la chica para que la asearan y le indicaran que a partir de ese momento estaba al cuidado de su hija.
Gorgona, detalle de la crátera

Aquella muchacha procedía de Tracia, había sido vendida por sus familiares al fallecer sus padres y su destino más probable era ser vendida a algún hombre que la utilizaría como a un objeto sexual hasta que se hartara de ella. Por eso, cuando se dio cuenta de cuál iba a ser su destino, lloró de alegría. A partir de ese momento no se separó de la niña y le agradeció toda la vida el giro que le había dado a la suya. Juntas se hicieron mayores y cuando ella se unió con el hombre destinado, se encargó de vestirla, peinarla y engalanarla para la ceremonia. En ese momento la princesa le hizo prometer que, si moría primero, la engalanaría con el mismo cuidado y la vestiría con las mejores prendas.

Llegado ese día la doncella cumplió con su palabra. Le puso el vestido más hermoso que nunca tuvo sujeto por varias fíbulas de hierro. Le colocó un collar de gruesas cuentas de ámbar y piedra, varios anillos  y pulseras de pizarra, una tobillera de bronce, un brazalete de lignita y un torque de oro macizo de 24 quilates y un peso de 480 gramos, rematado en la figura de un caballo alado. Así engalanada la subieron a un carro de cuatro ruedas de radio, de 74,5 centímetros de diámetro, con la rodadura recubierta de hierro y numerosos apliques metálicos que aludían a su estatus social y la historia de su familia. 

Reconstrucción del carro funerario
El carro tirado por dos caballos, encabezaba la procesión e iba seguido por otro tirado por bueyes que portaba el ajuar con el que la iban a enterrar. Una riquísima vajilla venida del Mediterráneo: una pátera de plata, una gran crátera de bronce del sur de Italia, un oinochoe para escanciar, también de bronce, y los vasos de cerámica ática que servirían para beber durante la ceremonia. La crátera donde mezclarían el vino iba desmontada debido a su gran tamaño.

Y así la trasladaron hasta el túmulo que estaba preparado en lo alto de la colina. Habían construido un muro de unos 2 metros de altura que rodeaba a la construcción de 42 metros de diámetro y 5 de altura rematada en una cúpula de bloques de piedra. La cámara, de 4x4 metros estaba forrada de madera y en su centro colocaron el carro desmontando las ruedas que dejaron apoyadas en la pared. A su lado montaron la gran crátera de 1.100 litros de capacidad y 208,6 kg de peso, que estaba dividida en piezas individuales.

Torques, detalle
El recipiente estaba hecho de una sola lámina de bronce martillado de tan solo 1 mm de grosor y unos 60 kg de peso, con un diámetro máximo de 1,27 m. El cuello era un anillo de bronce decorado con ocho carros cada uno de ellos tirado por cuatro caballos y conducido por un auriga y con un hoplita[3] completamente armado a pie tras el carro. En el cuello se apoyaban las  asas con forma de voluta de 55 cm de altura que estaban sostenidas por leonas rampantes. En cada una de ellas figuraba la cabeza de una Gorgona, el trabajo era tan esmerado y de tanto relieve que acumulaba un peso de 46 kg por cada asa. El pie, con un diámetro de 74 cm, estaba hecho de una sola pieza moldeada y pesaba 20,2 kg. También estaba decorado con motivos vegetales estilizados.

Mientras se montaba la crátera, los presentes entonaban cantos en honor de la mujer. Una vez montada, se llenó de vino y cada uno tomó una copa y sucesivamente fueron acercándose a llenarla, bebiendo en su memoria y derramando una pequeña cantidad en el suelo a modo de ofrenda.

Una vez terminada la ceremonia el túmulo se cerró en el año 500 ac. Se encuentra en el Mont Lassois junto a la ciudad francesa de Vix, en el norte de Borgoña, Francia.


Reconstrucción de la tumba






[1] Río Sena, navegable a partir de este punto

[2] Muros Gallicus, descritos por JulioCésar

[3] Soldado de infantería pesada